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Antonio Pérez, el prófugo español que huyó a Aragón

Antonio Pérez del Hierro
Castilla y Aragón, por mucho que los círculos nacionalistas más recalcitrantes lleguen a negarlo, fueron dos entidades políticas absolutamente independientes la una de la otra durante mucho tiempo después de la boda de los Reyes Católicos (ver Germana de Foix, cuando la unidad de España pendió de un espermatozoide). El hecho de que ambos tuvieran el mismo rey era simplemente una formalidad estatutaria, ya que cada reino tenía sus propias leyes diferenciadas las cuales, el rey de turno, tenía que asumir gustase o no. En la actualidad, sería similar al papel de la reina de Inglaterra, la cual, además de ser reina del Reino Unido, también es reina de Australia, pero a nadie se le ocurriría decir que son el mismo país. Un ejemplo claro de esta diferenciación política entre Castilla y Aragón, lo tenemos en el caso de Antonio Pérez del Hierro, el cual dejó con un palmo de narices a Felipe II al abandonar Castilla y huir a Aragón, cosa totalmente imposible si no hubiese existido esta independencia política entre dichos reinos.

Felipe II de España
Antonio Pérez del Hierro (1540-1611) había sido secretario de confianza del rey Felipe II desde la época en que éste era todavía príncipe, lo cual, gracias a su buen hacer le permitió adquirir un gran poder y prestigio para con el monarca... además de llenarse los bolsillos a manos llenas, claro está. Antonio Pérez, además de inteligente era muy ambicioso y, aprovechando la confianza de Felipe II que al acceder al trono lo nombró su secretario, intentó trepar astutamente a altos puestos en la administración, despertando las sospechas de Felipe II. Sin embargo, aún tenía su confianza y la aprovechó para malmeter contra Don Juan de Austria -al cual veía como un rival político- y hacer creer al rey que su hermano estaba conspirando contra él (ver El extraño entierro a trozos de Don Juan de Austria), convenciéndolo de que asesinase al secretario de Don Juan como represalia por su traición.

Asesinato de Escobedo
Felipe II, por activa o por pasiva -no se sabe bien- accedió al asesinato del secretario (Juan de Escobedo) que estaba en Madrid para rebatir las acusaciones vertidas contra su señor y que podían dejar en evidencia a Pérez. Tras un intento frustrado de envenenamiento, un grupo de sicarios lo quitó de en medio el 31 de marzo de 1578. No obstante Felipe II descubrió el pastel que se llevaba entre manos el ínclito Antonio Pérez.

Princesa de Éboli
Pérez, junto a la Princesa de Éboli (la del parche en el ojo, que se dice que lo llevaba por ser estrábica y no tuerta), se habían dedicado a traficar con secretos de estado con Inglaterra y enriquecerse gracias a ellos, por lo que fueron detenidos en 1579. No obstante, Pérez guardaba documentos que podían implicar al rey con la muerte de Escobedo, lo cual fue aprovechado para evitar una sentencia de muerte, y empezar un sin fin de detenciones domiciliarias, liberaciones, confesiones bajo tortura, escapadas de la justicia, más detenciones... hasta 1590, en que, gracias a su esposa, huye pies-para-qué-os-quiero a Zaragoza habida cuenta que el rey pretendía eliminarlo.

Antonio, pese a ser nacido en Guadalajara, procedía de familia aragonesa, por lo que pidió amparo al Justícia de Aragón (una suerte de Defensor del Pueblo aragonés) por la persecución del rey Felipe II al cual acusaba de injusticia y de poner en peligro su vida. El Justicia de Aragón aceptó la solicitud y empezó un trámite de juicio para determinar el caso. Como Felipe II, por mucho que fuera rey de España, no tenía ninguna jurisdicción en la administración aragonesa, quedó con un palmo de narices y tuvo que esperar que los tribunales maños dictaran sentencia... los cuales, todo sea el decirlo, no tenían absolutamente ninguna prisa en dictarla.

La "Santa" Inquisición
Pérez tenía apoyos de la nobleza aragonesa, por lo que la sentencia, además de más lenta que un desfile de cojos, tenía todos los números para que lo declararan libre... para alegría y regocijo de Felipe II el cual veía que se le escapaba sin poder hacer nada. No obstante, le quedaba una baza: la Inquisición.

La Inquisición, al ser un estamento de la Iglesia, estaba por encima de cualquier ley de cualquier administración política (ver Cayetano Ripoll, el catalán que fue la última víctima de la Inquisición), por lo que Felipe II retiró la causa civil y presionó a la Inquisición castellana para que declarara hereje a Antonio Pérez bajo la acusación de haber blasfemado ante su familia por la situación de persecución de la Justicia. 

Liberación de Pérez (1591)
No tenían prueba de ningún tipo, pero como seguro que algún taco habría soltado durante sus 11 años de follones con la Justicia, la causa tiró adelante, comenzando un tira y afloja entre la Inquisición, el Justicia de Aragón y Felipe II, que acabó con la decapitación del Justicia, la ocupación de Aragón por parte de los ejércitos reales, la huida de Antonio Pérez, y una revuelta de órdago la grande de los aragoneses en defensa de sus fueros en 1591.

Tras su huida de Aragón, Antonio Pérez fue a Bearn (Baja Navarra francesa) y de ahí a Inglaterra donde colaboró contra la monarquía hispana, acabando en la más absoluta pobreza y muriendo en París en 1611.

Ocupación castellana de Zaragoza
El caso de Pérez es paradigmático dentro de la historiografía española, ya que, por mucho que el monarca fuera el rey de las "Españas", el conjunto funcionaba como una federación de reinos y no como una única entidad territorial. Las competencias eran claras entre cada uno de los reinos, y tan solo la fuerza hacía que el rey impusiera su ley demostrando que, si bien el rey se consideraba el señor de todos sus reinos, los súbditos, legislación en mano, simplemente lo consideraban una figura representativa, lo cual podía llegar a molestar -y mucho- a todo un monarca que pensaba que en "sus" territorios no se ponía el sol.

Monumento al Justiciazgo de Aragón

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