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Pedro Serrano o los ocho años de náufrago del Robinson español

Arenal Serrana
Seguro que más de una vez habrá respondido a la pregunta "¿qué te llevarías a una isla desierta?" y seguro que la respuesta será de lo más variopinta según los gustos, vicios o inteligencia del que tenga que responder. Aunque, claro, una cosa es teorizar sobre una situación y otra encontrarse en ella. Daniel Defoe, en su novela "Robinson Crusoe" ya elucubró lo que podría ser la vida de un náufrago en una isla desierta, pero... ¿conocía que este relato se basó en las peripecias reales de un marinero español que se pasó 8 años perdido en un islote en el Caribe? Se trataba de Pedro Serrano y, ya les adelanto, Robinson Crusoe estaba de vacaciones en Cancún en comparación con lo que tuvo que pasar el español.

Durante la historia de la humanidad han habido infinidad de naufragios e infinidad de náufragos que las han pasado peor que el que se tragó las trébedes, pero, finalmente, sobrevivieron. Igualmente numerosas son las crónicas al respecto de estas vacaciones costeras improvisadas y, en el caso de Pedro Serrano, la más importante nos ha llegado de la mano del Inca Garcilaso de la Vega. No, no es que Garcilaso fuera inca de golpe y porrazo, como pudiera pensarse, sino que corresponde a un sobrino-nieto del legítimo Garcilaso de la Vega, el cual, medio español (el padre), medio inca (la madre) y como hombre de letras que era, tomó el nombre de su tío-abuelo escritor. Con todo, no es la única referencia, y si bien hay algunas diferencias, todas son consistentes en el relato.

Inca Garcilaso de la Vega
La historia empezaría en 1528 cuando navegando por las aguas del Caribe, procedentes de San Juan de Puerto Rico (ver Puerto Rico, la decimoctava Comunidad Autónoma española) un barco mercante español, debido a haber padecido una tempestad en pleno viaje y a la impericia de su piloto, encalló a medianoche en unos bajíos en medio del océano. En esta circunstancia el tal Pedro Serrano (aunque hay relatos que lo llaman Maestre Juan), como buen nadador que era, salva la pólvora y a otros cinco marineros, los cuales quedan en la isla sin más equipamiento que lo puesto. Para más cachondeo, no pueden salvar nada del barco y no tienen nada con que hacer fuego, lo cual les hace la estancia la mar de "agradable".

La isla era simplemente un bajío de arena blanca más o menos extenso que sobresalía un poco por encima del agua, sin vegetación y sin agua dulce, aunque con muchas tortugas y lobos marinos. Este aporte alimenticio les permitió cazar tortugas y focas (ver El incierto destino de las últimas focas mediterráneas) comer su carne -cruda, claro- y beber su sangre a modo de agua. Sin embargo, el tiempo pasaba y por allí no pasaba ni el obispo.

Mar Caribe
En agosto (el naufragio tuvo lugar a finales de marzo- principios de abril), la desesperación hizo que tres de los náufragos, con las pieles de las focas, palos  y alguna cáscara de tortuga, se montaran una balsa y salieran a mar abierto a una muerte más que segura. En la isla quedaron Pedro, un malagueño y un mozo... aunque pronto quedaron solo Pedro y el mozo, ya que el malagueño por la locura de estar sin agua ni fuego se empezó a comerse su propio brazo. Al pobre hombre por lo visto no le engordó el otro brazo (desmintiendo lo que dicen muchas madres) sino que, bien al contrario, acabó muriendo como rabioso.

Pedro y el muchacho, tras quedar solos, decidieron recoger agua de lluvia con las cáscaras de tortuga y las pieles, aprovechando las lluvias de octubre, e intentar procurarse una mísera piedra (por no haber, no había ni piedras) con las cuales hacer fuego. Finalmente, buceando en las cercanías del barco hundido encontró una piedra que utilizaron convenientemente y, haciendo una hoguera con algas secas y maderas traídas por la marea -protegida con una cabaña hecha de caparazones de tortugas-, llegaron hasta enero, época en que parían las focas y podían comer tierno. Con esto y los huevos de tortuga que pillaban, pasaron tres años sin ver un alma. Bueno, sí, algún barco vieron en lontananza, pero a ellos no los vieron, a pesar de hacer la fogata para que los vieran.

Un Robinson español
Uno de los días, recibieron la visita de dos náufragos que estaban perdidos en otra isla cercana, los cuales, al ver la humareda a lo lejos, decidieron ir a buscar la compañía de Pedro Serrano y el muchacho, habida cuenta que es más fácil sobrevivir en grupo que en solitario... y más si estabas absolutamente falto de todo, como era el caso.

Pasado un tiempo, decidieron hacer con pieles y palos (al menos pieles no les faltaban) una balsa grande con la cual poder llegar a las costas de Jamaica (ver El caso de las iguanas balseras). Empezaron a hacer una visita a las islas cercanas a la suya, pero viendo que la barca podría hacer aguas en cualquier momento, decidieron volver a la isla. Ello no dejó muy contento a los más jóvenes, los cuales decidieron lanzarse a la aventura con la balsa, dejando en tierra a Pedro y al otro compañero... y hasta la fecha.

Los años pasaron como buenamente pudieron pasando sed y más hambre que un caracol en un espejo, y cuando hacía 8 años del naufragio del barco de Pedro, finalmente, un barco divisó la humareda y envió un bote a reconocer el origen del fuego. 

Los hombres, prácticamente desnudos, y con unas melenas y barbas que les llegaban hasta la cintura, cuando llegaron los marineros, se arrancaron a orar el Credo ante ellos para que -debido a lo supersticiosos que son los marinos (ver El mar situado entre el mito y el miedo)- no pensasen que en vez de náufragos eran diablos y salieran remando a toda castaña en dirección contraria. Una vez comprobado que eran gente cristiana, los subieron y dieron por finalizada la aventura y volvieron hacia Europa.

Felipe II
Pedro Serrano se dirigió hacia Alemania a ver al rey Felipe II para darle razón de su aventura caribeña y, para que quedase constancia, ni se cortó el cabello ni la barba. La guisa del hombre era tal que el rey, impresionado, le dio una renta de 4.000 pesos que decidió gastarse en Panamá, aunque murió en aquel país sin haber disfrutado de su compensación.

La historia de Pedro Serrano (o Maestre Juan) en las islas que se bautizarán posteriormente como Banco Serrana en su honor,  y que se encuentran a 300 km de la costa de Nicaragua aunque son de soberanía colombiana, fue conocida posteriormente por Defoe y le sirvió como base -junto a otros náufragos conocidos- para escribir su famoso Robinson Crusoe. Un Robinson español que fue capaz de vivir 8 años en las condiciones humanamente más duras posibles, demostrando una capacidad de resistencia brutal. 

¿Y aún alguien se extraña que este país no salte con la crisis?

Aquí se aguanta lo que sea, oiga. Lo que sea.

Pedro Serrano, la increíble aventura del Robinson español

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